lunes, 14 de marzo de 2016

Muñeca de porcelana (Naves del Español)

Desde que dejó de ser un izquierdista de encefalograma plano, David Mamet se ha convertido en un autentico revolucionario. Porque si en Phil Spector convertía a su protagonista, encarcelado de por vida por asesinato, en un excéntrico aficionado a las pelucas, víctima propiciatoria en su condición de causa ejemplarizante del empeño de los liberales por restringir el acceso a las armas, en Muñeca de porcelana redobla la apuesta apiadándose de un pobre multimillonario a quien el poder político quiere convertir en chivo expiatorio y demostración de que nadie es más que nadie: el Estado se impone a la libertad individual, cuidadín. Y si en Phil Spector se atacaba la envidia de las masas hacia los famosos, aquí se incide en la estupidez del pueblo, responsable de los políticos que les mangonean. Bueno, Strindberg o Ibsen también se opusieron a la demagogia con rudeza. Pero si a algunos se les cortocircuitan los cables al tener que conjugar eso de “artista de derechas”, lo que a nosotros realmente nos cuesta admitir es que un autor al que hemos admirado tanto y que todavía nos hace disfrutar cada vez que revisitamos sus grandes obras, pueda haberse quedado reducido a algo tan creativamente pobre como Muñeca de porcelana.

Por eso nuestra primera reacción fue “¿qué se nos ha escapado?”. Es imposible que esto sea todo. Pero después de repasar lo que hemos visto y de consultar un par de críticas del montaje americano, nos tememos que sí, que Muñeca de porcelana es poco más que un esbozo de una obra de teatro, una propuesta tan ligera que si no supiéramos que lleva la firma de Mamet nos costaría atribuir a un profesional que lleva tanto en esto del teatro y que tantas muestras ha dado de su genio. La función apenas dura hora y cuarto y se pasa enseguida (lo más extraño es que al parecer la versión americana llegara a las dos horas: no parece que se haya reducido el texto, así que o allí se lo tomaban con calma o aquí van a toda pastilla). Otras obras con esa duración se nos han hecho eternas, así que, al menos, entretenida es. Pero a Mamet le pedimos algo más, conflicto, giros dramáticos, densidad psicológica. Cierto que el protagonista no es de una pieza, no es un mero símbolo de ese rico acosado por los malvados progres, pero tampoco encontramos en la obra una propuesta ambiciosa, un desarrollo sorprendente y estimulante. Es como si almorzáramos un postre: está bien, pero ¿no hay nada más? Al poco rato ya volvemos a sentir hambre. La versión de Bernabé Rico es limpia, adjetivo que no suele asociarse mucho con Mamet, y afortunadamente evita caer en la artificiosidad habitual que en realidad es todo lo opuesto al estilo del escritor americano. La dirección de Juan Carlos Rubio es discreta, en el sentido de dejar el protagonismo al texto y los actores. Y es en este último punto donde encontramos el punto fuerte de la función.


Porque menos mal que para defender al protagonista nos encontramos a José Sacristán. Nos imaginamos una obra así en manos de un actor mediano, competente, y el resultado solo podría ser catastrófico. Pero Sacristán no solo solventa de manera sobresaliente el fastidio de tener que simular todo el tiempo conversaciones telefónicas (tampoco ayuda al desarrollo de la acción que se utilice continuamente este recurso tan poco teatral, y que sin embargo en Muñeca de porcelana ocupa casi todo el texto), sino que dota a su personaje de una humanidad y una complejidad que van más allá del texto. Sin llegar a la identificación, al menos logra defenderlo, hacerlo incluso fascinante por momentos, como cuando da lecciones a su pupilo de cómo llegar a ser un as de los negocios, de cómo convertirse en el dueño de su destino, aunque estas clases magistrales acaben por volverse en su contra. Javier Godino nos recuerda poderosamente a Albert Rivera, no sabemos si por su traje o por la saturación que sufrimos de este personaje. Por lo demás, tiene mérito que soporte su papel de sparring del personaje de Sacristán durante más de una hora sin coger lo primero que pille, la maqueta del avión por ejemplo, y liarse a golpes con él.

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