lunes, 22 de septiembre de 2014

Medida por medida (Teatro María Guerrero)

Con Cheek by Jowl dan ganas de no volver al teatro. Es como cuando vas a un museo y ves a Velázquez. Después de esto, ¿qué queda? Y eso que las últimas propuestas de la compañía no nos había convencido del todo, y que incluso el inicio de esta Medida por medida nos puso las defensas en alto. Pero poco a poco, casi sin que nos diéramos cuenta, nos fueron conquistando una vez más, y cuando llegó el final comprendimos que los aplausos no son solo un medio de agradecer un trabajo bien hecho, sino un medio para dar expresión a una energía euforizante que de otra manera implosionaría.

Todo es tan sencillo que es casi imposible de analizar, pero lo que queda es el sentimiento puro, y eso no hay manera de impostarlo. De hecho, las claves del éxito de Cheek by Jowl sí que se pueden rastrear: en primer lugar esa simplicidad de la que hablábamos, ese coger cuatro cosas y, desde la más básica exposición teatral, llegar al tuétano. No hace falta decir que Shakespeare es un autor extremadamente complejo, pero Declan Donnellan lo hace comprensible casi de manera intuitiva. Despojándose de todo artificio, aclarando las líneas y sin entretenerse en marcas de autor. Que es Shakespeare, señores, no hay que ponerse estupendo (por desgracia, esto que es tan evidente muchos directores con ínfulas de genialidad no parecen comprenderlo).

Otra característica de las puestas de Donnellan es que, en medio de esta aparente neutralidad estilística, te suelta unas escenas que son como fogonazos, pero que se quedan en la memoria. El contraste entre la sutileza del montaje en general y estos golpes de brillantez escénica es tan brutal que algo tan fugaz como el teatro se transforma en inolvidable. En Medida por medida además tenemos la siempre estimulante escenografía de Nick Ormerod, la preciosa música de Pavel Akimkin y la cuidadísima coreografía de Irina Kashuba, lo que propicia escenas tan perfectas como la de la ejecución o la del baile, de una belleza sin adjetivos, tan natural como todo en la puesta, y a la vez de una finura artesanal.

Otro elemento que hace el trabajo de Cheek by Jowl único y a la vez reconocible es el movimiento escénico. Esto daría para una tesis. El ritmo en el teatro está obviamente dado por la palabra, pero esto hace que muchas veces se sea negligente con otro ritmo igual de importante, que es el de los actores. Es habitual caer en el estaticismo o en el barullo, mientras que lo que logra Donnellan de manera magistral (y así debería ser, que aprendan de él), es cómo mover a los actores, cómo hacer que el espectador tenga la sensación de que en todo momento está pasando algo importante y hay que permanecer atentos. En Medida por medida la coreografía está cuidada al milímetro, y lo que podría pasar por una excentricidad o uno de esos juegos gratuitos del director de escena, cobra pleno sentido.

Seguimos. Si en la elección de los textos Donnellan no puede fallar, es su trabajo de depuración lo que le hace especial. No se trata de podar o modernizar, eso lo dejamos para exhibicionistas con problemas de falta de autoestima. Es una cuestión de estudio, de descubrir nuevas vías, de llevar hasta las últimas consecuencias las decisiones estilísticas. En Medida por medida el hecho de que la compañía sea rusa da una refrescante vuelta de tuerca a la interpretación tradicional. Primero de la impresión de que estamos ante una parábola de la Rusia de Putin. Que estaría bien, pero sería una limitación innecesario. De ahí nuestra inicial suspicacia. Y luego la historia adquiere unos claros toques a lo Gogol. Y, como estamos en España, tampoco nos olvidamos de Lope o Guillén de Castro. Lo que el espectador añada nunca sobra, pero lo que aporta Donnellan es una dirección precisa, una guía para que nadie se pierda, una serie de pistas que nos llevan a deslumbramientos que nunca antes habíamos imaginado.

Y llegamos. Los actores. Aquí la carburación también es lenta, pero cuando se pone en marcha no hay quien detenga esta máquina. La Isabella de Anna Khalilulina personifica ese juego de contrastes en equilibrio. En la emocionante escena del perdón, que es a su vez una destilación de toda la obra, pasa del ataque de histeria a la muestra más sumisa de misericordia en cuestión de segundos, en un esfuerzo físico de concentración que desprende fotones. Pero durante toda la obra bascula entre la inocencia de quien se considera ajena a los pecados del mundo y el ardid por conseguir sus deseos. Si la dialéctica de Shakespeare es prodigiosa, la manera de Khalilulina de darle forma a las disquisiciones entre alma y cuerpo, sacrificio y virtud, perdón y venganza, son de una riqueza extraordinaria. Su envés es Angelo, interpretado por Andrei Kuzichev como si fuera un mosquita muerta dispuesto a transmitir la malaria sin el menor arrepentimiento. Sin subrayar, sin hacer alarde de su malicia, Kuzichev transmite el lado más oscuro de su personaje a través de pequeños gestos, casi de manera indolente, como si la práctica diaria de la hipocresía le hubiera hecho olvidarse de quién es en realidad.

Valery Pankov es un duque que al final se muestra como un político consumado, capaz de salirse con la suya y a la vez parecer el más magnánimo de los gobernantes. En su papel de fraile se mueve entre la indignación contenida y el papel de maestro de marionetas. En los dos casos, no parece muy consciente de las consecuencias de sus acciones, y Pankov le da un aire entre prepotente e ingenuo que, como en norma en la obra, le dota de una ambivalencia peligrosa. Otro personaje con dos caras es Lucio, el gracioso. Al principio nos parece que Alexander Feklistov se deja llevar demasiado por el tópico del amaneramiento, pero en sus momentos más divertidos acierta con el punto exacto entre descaro y desafío, como un cobarde que hace muy bien de valiente cuando piensa que no corre ningún peligro. El resto del elenco, que más que nunca justifica el recurso al desdoblamiento de papeles, mantiene el equilibrio y aunque sea en una sola escena, demuestra su valía. Por eso no les desmerecemos si decimos que Donnellan sería capaz de sacar una gran interpretación de un palo.


Un momento. Donnellan dirigió una película con... Bueno, lo del palo era una exageración. 

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