lunes, 2 de junio de 2014

Muda (Sala Mirador)

Si al hablar de Los ojos no pudimos encontrar ni una sola pega, con Muda vamos a tener que ser mucho más duros desde el principio: es una injusticia que la obra sea tan corta. Con lo bien que nos lo estábamos pasando y lo a gusto que estábamos en tan buena compañía, y hala, se encienden las luces y todos a la inhóspita calle, por decirlo finamente. Así que por una vez nosotros también seremos breves.

Entre otras cosas porque todo lo bueno que dijimos de Los ojos se podría repetir aquí con leves adaptaciones: la extraordinaria escritura de Messiez, con su ojo clínico para sacar punta a las experiencias más pedestres (esas paternas lecciones sobre el jabón, esa terrorífica visita al subte); y las no menos extraordinarias actuaciones, con una Fernanda Orazi a la que ya no se nos ocurren más hipérboles que adjudicarle, una Marianela Pensado que logra ese milagro teatral de decirlo todo sin decir nada, y un Óscar Velado que nos hace pensar que esas quimeras (porteros) que tanta inquietud producen a lo mejor en el fondo son seres adorables.


En Muda hay más humor que en Los ojos, pero la misma valentía para sumergirse en los terrenos del melodrama de manera audaz y sin cortapisas. Como sucede en los libros de Carson McCullers, todos los ingredientes del dramón son válidos si su tratamiento es sensible y elegante. Y, sobre todo, si sus personajes son tan queribles, tan cercanos, tan especiales. Pueden estar rotos como una muñeca de porcelana, pero eso también los hace únicos. 

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