lunes, 10 de junio de 2013

Noche de Reyes / La fierecilla domada (Teatros del Canal)

Pese a su jovial comicidad y a su jugoso enredo, el hecho es que La fierecilla domada ha ido perdiendo popularidad con el tiempo y cada vez es más inhabitual su puesta en escena. Su brutal misoginia hoy produce urticaria y es muy difícil conjugar el respeto a la letra original de Shakespeare con una sensibilidad contemporánea horrorizada ante lo que se ve y lo que se escucha en esta obra. Para justificar el monólogo final de Catalina, se puede recurrir a la ironía, al meta-metateatro o el didactismo, pero ninguno de estos caminos es el elegido por Propeller.

Desde luego, si lo que querían era sembrar una sensación turbadora y molesta, lo consiguen de sobra: durante el monólogo se produjo en el teatro un silencio espantado todavía más llamativo después de la alegría que se había disfrutado durante las dos horas y media anteriores. Para salir del embrollo, Edward Hall opta por una insatisfactoria nota aclaratoria: uno de los actores mira con desprecio a Cristobal y le dice “no has entendido nada, esto era solo teatro”. Y es insatisfactoria porque después de ver Noche de Reyes y La fierecilla domada, eso de “solo teatro” no se lo cree nadie.

Era suficiente repasar la cara de felicidad que tenía el público al salir del teatro para corroborar que a lo que acabábamos de asistir no era un simple entretenimiento. Cuando una obra está tan perfectamente pensada y realizada que hasta el menor detalle encaja, se produce una sensación de satisfacción plena (sublime, diríamos de ponernos pretenciosos). Hace tiempo que los conceptos de genialidad o de obra maestra han sufrido una inflación que convierte estos términos en irrelevantes. Tampoco tiene mucho sentido reivindicarlos. El hecho es que ver a Propeller en escena limpia el alma. ¿Es solo teatro? Más bien, solo en el teatro.

El trabajo de creatividad que supone un empeño como el montaje de estas dos obras parece inabarcable, y sin embargo en el escueto apartado técnico de Propeller solo aparecen cuatro nombres. Edward Hall se ocupa de la dirección, que efectúa un trabajo de depuración con solo las dosis mínima y siempre bien traídas de actualización. Parece que se deja llevar, centrándose solo en lo esencial, pero tampoco desaprovecha las buenas ideas que puedan surgir, sin que en ningún momento “canten”. Su estilo es liviano, pero profundo, sacando partido a cada situación. Así, por poner un solo ejemplo, en la escena de Noche de Reyes en la que Malvolio encuentra la supuesta carta de Olivia, el potencial cómico está exprimido hasta sacarle todo el jugo posible.

Otro nombre es el de Michael Pavelka, en un genérico diseño. La escenografía de ambas obras es la misma, una combinación de grandes muebles que sirven para enmarcar espacios, abrir puertas y como diverso mobiliario. Todo sirve para dar fluidez a la narración, sin que en ningún momento se detenga la acción. Pavelka también se ocupa del vestuario, sobrio en la Noche y más variado en La fierecilla, donde las tribus urbanas de los 80 sirven para caracterizar cada personaje. Verlos a todos juntos es todo un cuadro.


Los actores actúan como parece que solo los intérpretes británicos saben hacerlo. Esto puede ser algo de autosugestión, no lo negamos, incluso de papanatismo, todo puede ser. Pero el hecho es que ver a este grupo de intérpretes montando un Shakespeare a nosotros nos parece el punto más alto del hecho teatral. Romanticismo, será. O sentimentalismo, quizá. Mañana hablaremos de ellos en extenso.

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