lunes, 12 de noviembre de 2012

Concha. Yo lo que quiero es bailar (Teatro La Latina)


Es aparecer Concha Velasco en escena y ya no nos va a dar tiempo ni a respirar. Al principio de este espectáculo autobiográfico, incluso parece que tiene prisa para poder contar todo lo que tiene por delante: el ritmo en el que detalla su infancia, sus primeros pasos, su precocidad artística, va a una velocidad tal que deja espacio para acomodarse. Pero es solo el calentamiento, en cuanto se encuentra cómoda y comienza un juego de complicidad con el público, el ritmo se hace más estable, aunque no haya un momento de pausa.

Por eso, durante toda la función apenas nos da tiempo a pensar (¡lo que es glorioso!), pero hay instantes en los que tenemos que decir: pero, un momento, ¿no se estará pasando? Y es que Yo lo que quiero es bailar es un ego trip solo permitido a grandes estrellas y poetas. Sí, puede que durante un despiste pienses que tanto autobombo puede provocar vergüenza ajena, que hace falta mucha cara para ser tan descarada. Pero señores, la Velasco no engaña a nadie y todos los que estábamos allí sabíamos a lo que íbamos. Y todo el público agradeció que diera lo que se le pedía.

Por ejemplo, nadie estaba allí para ver cantar a la Velasco. A estas alturas la voz da de sí lo que da, y aunque Xavier Mestres le haya enseñado a cantar “en la bemol”, lo que la gente quiere es recordar grandes éxitos y divertirse sin prejuicios, no asistir a un recital. Y lo diremos ya, el trabajo de Mestres y su conjunto es extraordinario. Se nota que este espectáculo ya lleva un largo recorrido y que han perfeccionado su trabajo hasta alcanzar una calidad encomiable.

En el apartado de los grandes momentos nos quedamos con las recreaciones de sus enfrentamientos con Mary Carrillo, una historia de las de siempre de relación amor/odio entre maestra y alumna, pero contada con admiración y humor. También destacaríamos el recuerdo de “La Noche de los Goya” en la que Velasco no teme ponerse en el papel menos agradecido. Por cierto, que si algo valoramos en este espectáculo es que en ningún momento cae en las facilidades de la nostalgia, ni un resquicio para la complacencia o la añoranza de los buenos viejos tiempos.

La estructura de la obra, en la que recuerdos, proclamas y confidencias se entremezclan con algunos de los mayores éxitos musicales de la artista, se fortalece con la base escrita por Juan Carlos Rubio, que logra mantener la frescura de una narración personal con los fundamentos de una sólida estructura dramática. La dirección de José María Pou está a los pies de la actriz y sabe resaltar en cada momento el aspecto más favorecedor.

Como guinda final, no podía ser de otra forma, la chica ye-ye. Desde fuera, un ejercicio kitsch y banal de glorificación. Desde dentro, dos horas de gran entretenimiento en homenaje de una artista excepcional. 

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